Había una vez un hombre que quería emprender un viaje en bicicleta, cruzando toda la península ibérica para llegar al norte de África. Su viaje era místico, espiritual, un viaje exterior en el tiempo y el espacio, y a la vez interior, buscando al niño que se esconde en su memoria humana. Escudriñaba la sonrisa inocente y la vida sencilla, su sueño era sembrar la alegría en un pueblo infantil situado en una montaña cerca de las nubes coloradas.
El hombre de la bicicleta verde se dejaba llevar por los cuatro elementos; la sensación, la emoción, la intuición y el pensamiento. Su mente y su corazón estaban vencidos, les iluminaban los túneles, les abrirían caminos y les separaban las olas del mar para que pudiese caminar y andar místicamente, recibiendo sonrisas, brisas y sabiduría popular.
Llegó a cruzar con su bicicleta mágica el mar que separó Europa de África cuando Hércules decidió rasgar las dos orillas con sus músculos mitológicos, construyendo dos continentes diferentes y un momento histórico irrepetible. Para llegar a Tánger, la primera ciudad africana, ciudad inspiradora de Matisse, de Rimbaud, de Mike Jagger, de Mohamed Choukri, de Jim Jarmusch….una ciudad donde se mezclaba lo divino con lo mundano, lo sagrado con lo dionisíaco, el mito con la realidad.
Se perdía en sus callejuelas, sus sombras, sus mercados, sus olores, sus plazas y entre su gente bulliciosa que travesaba las calles de una ciudad cuyo presente está muerto en su pasado. Mientras caminaba llegó al parque Perdicaris, un bosque inmenso, con su bicicleta verde paseaba por todo el bosque y en medio de los árboles eucaliptos había una niña esperándole. Se acercó sonriendo ingenuamente y se sentó a su lado, escuchando los dos el baile de las hojas verdes, derramando ritmo, sosiego y serenidad. El niño niña comenzó a contarle la historia del bosque y porqué se llama Perdicaris.
Hace tres décadas vivía en Tánger un estadounidense rico que se llamaba Perdicaris. Su mujer era inglesa, se llamaba Ellen. Amaba a su esposa infinitamente, pero la pobre estaba muy enferma, le dolía mucho el alma, intentaron todo tipo de tratamiento sin ningún resultado satisfactorio. Algunos médicos le recomendaron que viviese en medio de la naturaleza, un lugar sereno que transmite inercia, donde su alma podía alojarse y encontrar su metabolismo. El marido Perdicaris se puso a buscar locamente por toda la ciudad. Un día subió a la montaña alta de Tánger, le fascinaba el espacio que crea el atlántico cuando se junta con el mediterráneo, podía ver el cielo azul que brillaba encima de él… Sonrió felizmente diciendo: Este es el lugar perfecto para Ellen, aquí estará feliz y vivirá eternamente. Se puso a traer los árboles de eucalipto de Australia, fueron los primeros árboles eucaliptos plantados en Marruecos, luego construyó una gran mansión con varios senderos para dar largos paseos por todo el bosque. Todos los senderos llevaban a la mansión, para que su mujer al pasearse no se perdiese en medio del bosque. Ellen se curaba y se mejoró su aparato respiratorio. Ella vive aún porque su alma habitó un gato de ojos azules y piel dorada, sólo le pueden ver y hablar con ella los niños y las niñas que vienen a pasear por el parque.
El hombre de la bicicleta verde se quedó dormido al despertarse por la mañana al sonido de los pájaros y el movimiento de las plantas exóticas, la niña ya se había desaparecido, le dejó una carta con un gato de ojos azules y piel dorada donde decía: el camino es largo, debes conseguir tu meta y yo te estaré esperando en la segunda estación con un cuento nuevo.